Carta a mi yo entrenador: lo que desearía haber sabido cuando entrenaba equipos.

1/1/20253 min read

Aquel día en el vestuario, mientras repasaba la alineación por décima vez, creía que lo más importante era acertar con la táctica y con los 11 iniciales. La presión se me agarraba al pecho, como si el resultado del partido fuese un examen de mi valor o capacidad como entrenador. Lo que no sabía entonces es que lo que realmente importaba estaba pasando dentro de cada jugador que tenía delante.

Si pudiera hablar con aquel entrenador, le diría que las flechas en una pizarra ganan menos partidos que las emociones y motivaciones de las personas con las que compartes vestuario.

No se trata solo de lo que dices, sino de cómo haces sentir

Recuerdo que me esforzaba en que comprendieran los movimientos, en los motivos que había detrás de cada cosa que pintaba en la pizarra. Recuerdo que hablaba de transferencia entreno-competición. Sinceramente, creía que eso marcaba la diferencia. Ahora sé que lo que realmente motiva es algo más íntimo: cómo y qué los has hecho sentir; cuáles son los objetivos y qué aportan cada uno de ellos para lograrlo y cómo repercuten en los objetivos individuales.

Te seguirán si sienten que los entiendes y que el objetivo es mayor que ellos mismos. No hace falta llenar el vestuario de esquemas o frases épicas dichas por personas ajenas a ese vestuario. Mirarles a los ojos y preguntarles cómo están. Conecta emocionalmente. Pregunta más y habla menos. Ahí empieza el verdadero liderazgo.

La emoción se contagia

Si vuelves a perder los nervios desde la banda, lo harán ellos también. Si te descontrolas y protestas cuando las cosas no salen, les enseñarás que la frustración se resuelve con más ruido. ¿Cómo vas a pedirles que no hagan lo que te han visto a ti hacer? Ahora sé que el mejor entrenador es aquel que regula sus propias emociones antes de gestionar las de los demás.

El cerebro emocional siempre va por delante del racional. Si quieres que tus jugadores piensen mejor en el campo, primero tienes que ayudarles a sentirse mejor.

La confianza se construye con pequeños ladrillos

No intentes ganarte al equipo con discursos vacíos o egocéntricos. La confianza no se decreta, se siembra día a día. Se construye con pequeños gestos humanos: cuando felicitas a alguien que no suele destacar o cuando te quedas cinco minutos más después del entrenamiento con el que está pasando un mal momento.

La autoridad te la da el cargo, pero el liderazgo te lo dan ellos.

Entrena cabezas, no solo piernas

Si pudiera volver atrás, otorgaría la misma importancia y dedicación a planificar las emociones del equipo que a diseñar la táctica, la preparación física o el análisis del rival. La inteligencia emocional es una habilidad entrenable, pero solo si el entrenador la entrena primero en sí mismo. Trabajaría más en mí mismo para potenciar a mis deportistas.

No temas parecer vulnerable. Sentir presión es normal cuando compites y quieres sacar tu mejor versión. Admitir que no tienes todas las respuestas también enseña. Pedir perdón también cohesiona. Mostrar que eres humano también inspira.

El legado invisible

Hoy entiendo que los jugadores olvidan los ejercicios, las tácticas y los resultados, pero nunca olvidan cómo les hiciste sentir y qué dejaste en su vida. Ese es el verdadero legado de un entrenador: dejar huella en personas que ni siquiera saben que han sido tocadas por ti.

Si pudiera volver atrás, entrenaría más corazones. Es curioso, ahora considero que eso es entrenar con cabeza. Entrenar de forma inteligente.

Pero

como no puedo hacerlo, escribo esto para que tú, que sí puedas, lo aproveches.

Te lo dice alguien que ha estado ahí. Y que, de alguna forma, todavía lo está.