¿Los equipos deportivos son una familia?

¨Y cuántas cosas adquirimos simplemente porque las han adquirido nuestros vecinos».

Séneca.

Hace unos días, mientras trabajábamos cómo mejorar las charlas previas a los partidos, un entrenador me dijo que quería que su equipo fuera una familia. Es una frase que ha tenido éxito, quedándose en el acervo deportivo y que se repite, sin haber reflexionado mucho sobre ella, por deportistas y entrenadores. 

En un análisis superficial podemos entender que tanto un equipo como una familia comparten dos elementos fundamentales: la idea de unión y colaboración, pero al profundizar en ellas detectamos sin mucho problema diferencias apreciables que van desde aspectos psicológicos a dinámicas de liderazgo que hacen que un equipo deportivo no sea (y no deba ser) una familia. 

En el seno de una familia, desde un punto de vista psicológico, los lazos emocionales y afectivos tienden a ser intrínsecos y se forjan a lo largo del tiempo. La relación familiar se basa en la conexión biológica, histórica y cultural, donde el amor y el apoyo son pilares fundamentales. En contraste, un equipo deportivo se construye a partir de elecciones conscientes, generalmente en marcos temporales no duraderos, en donde individuos con habilidades específicas se unen para alcanzar objetivos comunes.

La familia es una red de seguridad emocional y un terreno fértil para el desarrollo personal. Los roles familiares y las expectativas pueden estar arraigados en lo profundo de la psique, proporcionando estabilidad pero también desafíos emocionales inherentes. Por otro lado, un equipo deportivo ofrece un entorno donde el rendimiento y la superación personal son la moneda de cambio, desafiando a cada miembro a alcanzar su máximo potencial dentro de un marco de colaboración-competición.

 

El liderazgo es otro punto que aleja a todo equipo deportivo de ser una familia. En una familia, el liderazgo a menudo se atribuye a la figura paternal o materna, basado en roles tradicionales. La autoridad es inherentemente establecida, y el liderazgo puede ser ejercido de manera más autocrática. En cambio, en un equipo deportivo, el liderazgo puede ser distribuido y basado en la meritocracia. El entrenador emerge como una figura clave, pero el liderazgo efectivo también se espera de los jugadores, creando un equilibrio dinámico.

En una familia, la estabilidad y la cohesión pueden ser prioridades, mientras que en un equipo deportivo, la adaptabilidad del líder es vital dado la velocidad de cambio que genera las exigencias competitivas propias de cada deporte. En este contexto competitivo la capacidad de inspirar, motivar y gestionar conflictos de los entrenadores y entrenadoras se vuelve esencial para alcanzar el éxito.

Las metas de una familia a menudo están arraigadas en la estabilidad y el bienestar emocional. Los logros personales pueden estar vinculados al crecimiento individual y a la armonía familiar. En un equipo deportivo los objetivos deben ser compartidos, conocidos y aceptados por todos sus miembros y siempre estarán orientados al rendimiento, como ganar campeonatos, mejorar habilidades técnicas y físicas, y alcanzar un alto nivel de competitividad.

En mi opinión, la diferencia que se establece en los objetivos es fundamental. Un equipo deportivo se crea para lograr objetivos de rendimiento, por lo que se pueden establecer metas claras y medibles (y, por tanto, esto lo vincula a procesos de coaching). Mientras que en una familia la superación puede estar más centrada en el desarrollo y crecimiento personal, en un equipo deportivo, la superación personal se traduce directamente en el éxito del equipo.

En conclusión, aunque las familias y los equipos deportivos comparten la esencia de la colaboración y la unión, sus diferencias fundamentales subrayan la necesidad de enfoques distintos en el liderazgo (y cada equipo necesitará uno, no existe un modelo válido para todos los equipos). Reconocer estas diferencias permite una comprensión más profunda de las dinámicas humanas y abre la puerta a estrategias más efectivas para guiar y potenciar tanto a familias como a equipos hacia el éxito y la plenitud. Este es el valor añadido del coaching, desde procesos diferentes (deportivo, equipos y familia) puede contribuir a este éxito. 

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